Redactado por el Padre Toto
Hay tres tipos de personas quienes pueden estar leyendo esta reflexión. Las que ya pasaron una tormenta, las que están en medio de una tormenta o las que van a entrar a una tormenta. No hay otra posibilidad. No existen las personas que nunca vivirán una tormenta. No lo digo yo, la ha dicho Jesús hablando del hombre prudente e imprudente. Aquel que edifica sobre roca le vinieron las lluvias, soplaron los vientos y salieron los ríos y lo mismo le pasó al que edificó sobre arena. De la tormenta no nos libramos, al parecer es parte de la fe. Aprendamos entonces algunas cosas a partir del texto del Evangelio a como sobrellevar las tormentas.
Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla». Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Vamos a la otra orilla. Eso es lo primero, hay “otra orilla”. Eso no podemos olvidarlo. La persona que tiene fe sabe que hay otra orilla. No sabemos cuánto vayan a durar nuestras tormentas o la cantidad de tormentas con las que tengamos que lidiar, pero sí hay algo que no debemos olvidar: hay otra orilla. Dicho de otra manera, la travesía en ese mar tempestuoso es sólo parte del camino, no es el destino. No hagas que el desánimo te haga bajarte durante el trayecto. Jesús les dijo a sus discípulos: vamos a la otra orilla. Es bueno releer lo que dice Pablo a los romanos en la segunda lectura de hoy: ¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?... Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor. La diferencia entre una cueva y un túnel evidentemente es que la cueva no tiene salida. No vivamos nuestras tormentas como si fueran cuevas. Eso es desesperante, triste, asfixiante y además falso. A veces ayuda repetir varias veces: es un túnel, no una cueva. Es un túnel, no una cueva. Es un túnel, no una cueva. Fácilmente se olvida esto.
Aquel día, al atardecer. Es decir, cuando va entrando la noche, la oscuridad. Con humildad podemos reconocer que estamos de noche, que no vemos claro. ¿Me estoy contradiciendo del punto anterior? No creo. Nos hace bien reconocer que remar en tormenta es cansado, agotador. Parece que no podemos hacer nada y que todo esfuerzo es poco o insuficiente. Las tormentas, unas más que otras, nos asustan, y creo que está bien reconocer esos sentimientos. ¿Acaso no eran pescadores una parte de sus discípulos? Sin embargo, aquellos pescadores experimentados sintieron miedo y fue necesario despertar al carpintero. Pescadores despertando al carpintero. Parece tan absurdo. Pero no lo es, nos hace bien reconocer que es de noche. Que nos preocupa el desempleo, que nos hacen falta los seres queridos, que hay hambre, que nos agobia el futuro incierto. Es de noche, y no hay pecado en reconocerlo.
Las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. La física nos enseña que un barco flota por varios factores. Pero principalmente son capaces de flotar porque existe una fuerza que empuja al barco desde abajo hacia arriba, según el Principio de Arquímedes: Cuando sumergimos un objeto en el agua éste flota por una fuerza igual al peso del líquido que desplaza. Un barco se hunde no por el agua que le rodea, sino por el agua que entra y desplazando el aire lo hace más denso y se hunde. Pueda parecer un absurdo e innecesario este apunto de la física en una reflexión, pero esto tiene un gran valor espiritual. El evangelista que de seguro no sabía de Arquímides, dijo una gran verdad: el agua casi llenaba la barca. La única forma que una tormenta te haga daño es permitirle que el agua entre. Cuando el agua entra a tu corazón y te nubla la esperanza, el barco puede empezar a hundirse. Dejar entrar el agua, es como permitir a la noche, que hablaba en el punto anterior, que nos convenza de que no hay otra orilla. Sé que las tormentas son todas diferentes y las personas las viven de forma deferente pero la única forma que te hagan daño es que dejes entrar el agua. Deja que el agua te rodee, pero no la dejes entrar. Por otra parte, según la física en el proceso de hundimiento, el agua desplaza al aire. Aire, tu barca necesita aire ¿Acaso no es en la vida espiritual el aire un símbolo de la oración? Definitivamente las tormentas casi que te “obligan a orar”, si no quieres hundirte debes hacerlo. No esperes que te lleguen las ganas, no van a llegar. Hay tormentas que te hacen pensar que Dios es malo. Los mismos discípulos han dicho: Maestro ¿acaso no te importa que perezcamos? Este detalle casi pasa desapercibido en el relato, pero el miedo a la tormenta les ha hecho pensar que ellos no les importan a Jesús. ¡Qué ingrata forma de referirse al Maestro! No te importa que muramos. De todas las formas de pedir ayuda, escogieron la peor. Si supieran que poco después iba a morir para que justamente nosotros no perezcamos. Pero a pesar de todo, con todo y molestia, con todo y que se sienten abandonados por Jesús, le hablan. Le siguen llamando Maestro. Que no te falte el aire en la tormenta, que no te falta la oración. La oración es como ponerse un traje de buzo y un tanque de oxígeno, no importa de dónde venga el agua y en qué cantidad, pero no te vas a ahogar. Por el contrario, dejar de orar es casi como abrir voluntariamente un hueco para que el agua entre.
Maestro ¿acaso no te importa que perezcamos? El diablo no es creativo. Sólo sabe repetir la misma tentación una y otra vez. El diablo siembra en el corazón de los hijos de Dios que no le importamos. Lo mismo le había dicho a Adán y Eva. Es mentira que vayan a morir si comen del fruto del árbol. Lo que pasará es que serán como dioses y eso no lo quiere Dios porque ustedes no les importa. Nuestro corazón, creado por amor y para el amor, muchas veces siente en medio de la tormenta que no le importamos a Dios. Muchas veces nos parece que Dios no quiere realmente cesar el viento y traer la calma. ¿Acaso no es todopoderoso? ¿Acaso estamos pidiendo cosas malas? ¿Acaso el que hizo el universo no tiene poder de curar esta enfermedad? ¿De haber evitado la muerte de este ser querido? ¿De haberme librado de lo que me hicieron? ¿De devolverme a mi familia, mi trabajo, mi fama, mi compañía? Es una realidad, la tormenta siempre nos hace sentir que no le importamos a Dios. Y nos llenamos de quejas y reclamos y se nos mete el “agua” y nos empezamos a hundir. ¡Qué bello sería descubrir en medio de la tormenta que soy la niña de los ojos de Dios! Descubrir lo que Gabriela Mistral hizo poema:
En esta tarde, Cristo del Calvario, vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.
¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?
¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás? ¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?
Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del ruego que traía se me ahoga en la boca pedigüeña.
Y sólo pido no pedirte nada, estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Se llenaron de miedo. Una lectura rápida nos puede hacer pensar que Jesús calmó la tormenta. De hecho, el texto dice que increpó al viento y al mar. Y que el viento cesó y vino una gran calma. Para mí, lo que Jesús hizo fue trasladar la tormenta. ¿Trasladarla? Sí. Intentaré explicarme.
Ante el reclamo del aparente desinterés, Jesús no responde nada y decide hacer para que sus obras sean el primer discurso. Hasta después les habla, y les hace dos preguntas: ¿Por qué tienen miedo? Claramente tenían miedo porque la tormenta les amenazaba la vida. Pero el evangelista dice que en ese momento se llenaron de miedo, no es que seguían con miedo, se llenaron de miedo a pesar de que ya Jesús había calmado los vientos y el mar. ¿Qué les llenó de miedo entonces?
Mi respuesta es: de la nueva tormenta. Jesús había trasladado la tormenta de lugar y ahora la ha puesto en los corazones de los discípulos, «Pero ¿quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!» se decían entre ellos. Sí. La tormenta que Dios pone en el corazón es la tormenta que desordena mis prioridades, mis esquemas, mi voluntad, mi tiempo. Esa tormenta que entra no para destruir el corazón, sino para liberarlo de todo e incluso de aquello que ni nosotros sabíamos que estábamos cautivos.
Jacques Fesch, prontamente canonizado, sólo descubrió a Jesús hasta unos meses antes de ser ejecutado por asesinato. No digo que Dios lo haya mandado a la cárcel. No es ese el Dios que me ha mostrado Jesús. Digo que hay ocasiones en que las tormentas exteriores ayudan a descubrir que estábamos viviendo mal, que éramos el centro de nuestras vidas, que habíamos puesto la confianza en cosas o personas. Esas tormentas exteriores nos ayudan hacer cambios y es entonces cuando empiezan las tormentas del corazón. Las que nos dan paz, mucha paz, pero no nos dejan en paz.
Cuando Teresa se encontró a un moribundo en la calle y llena de dolor le preguntó a Dios que hacía Él por esas personas. Dios trasladó la tormenta en su corazón y le dijo: Me preguntas qué hago yo por estos pobres, te hice a ti. Tú eres mi respuesta para ellos. La tormenta llegó a su vida y dejó el convento donde estaba y se vistió con el sari para atender a los pobres de Calcuta.
Cuando Francisco, que sentía un natural rechazo y cierto asco por los leprosos en Asís, Dios lo puso de frente a aquel enfermo. Dios trasladó la tormenta a su corazón y en vez de huir lejos del hombre leproso como lo hacía, corrió hacia él y lo abrazó como nunca había abrazado.
Cuando Maximiliano Kolbe alzó la mano y se ofreció para morir en lugar de aquel hombre con familia. Dios había traslado la tormenta a su corazón. Qué tormentas más bellas y seguras son las que Dios pone en el corazón. ¡Cuánta plenitud tendríamos si pudiéramos abandonarnos totalmente en su amor y decirle que hunda nuestra barca del orgullo, de la propia voluntad y del egoísmo! Esas tormentas que nos salvan la vida y nos dan Vida.
Termino. Una vez escuché a un predicador contar una historia de la vida real. Contaba que tenía un amigo que le tenía miedo a las alturas pero que sin embargo tuvo que tomar una avioneta por su trabajo. Una pequeña avioneta donde únicamente iba el piloto y este amigo. Con tan mala suerte para él que ese día había una tormenta no muy grande pero que para él era casi un diluvio. El piloto, acostumbrado a este tipo de vuelos, al ver los nervios y la ansiedad del pasajero, le dijo que si él era creyente; ante lo cual le respondió que era predicador. Entonces el piloto le dijo: vea esta aguja en el panel, la única forma de estar en peligro es si esa aguja empieza a descender. Inmediatamente el predicador empezó a orar para que esa aguja no se moviera; no le quitaba la mirada de encima y sudaba frío, recitó todos los salmos que sabía y “reprendió a todos los espíritus de agujas” (sic.) que podía tener la avioneta. Al cabo de una media hora de tormenta lograron aterrizar sin problema. Al tocar tierra, el predicador le dijo, ve cómo Dios nos ha sostenido y esa aguja ni se ha movido. El piloto respondió sonriendo, disculpe señor, la aguja que le indiqué estaba mala, le dije eso para que fijara la mirada en otra cosa y no en la tormenta.
La tormenta nos lleva a tomar decisiones. Yo te invito a dos muy concretas. ¿Dónde vas a fijar tu mirada? Cuando uno tiene miedo si observa mucho las sombras crecen y toman formas de monstruos, los ruidos se hacen grandes y empiezan a hacer gigantes si uno los escucha. Debes decidir dónde quieres fijar la mirada, eso no significa que la tormenta sea falsa o pequeña o sin importancia. Pero debes elegir dónde vas a poner tu mirada mientras la tormenta pasa ¿En Jesús o en la tormenta?
La segunda decisión. Ya que Jesús está en la barca, ¿lo quieres dormido o despierto? Se ha puesto de moda un estilo cristiano cómodo del “Jesús en la barca, pero dormido”. Ese Jesús, no molesta, no se mete en mis redes sociales, ni en mi trabajo, ni en mi noviazgo, ni en mi familia, ni en mi estudio, ni en mi música, ni en mis series, ni en mis memes, ni en mis chats. La tranquilidad de que “estoy con Jesús” pero no se mete conmigo porque lo tengo dormido. Estoy con Jesús, pero sigo adicto a la tecnología, a la pornografía, a la mentira, a la pereza y vivo en mediocridad espiritual. Quizá muchas otras veces has intentado despertarlo, pero lo has vuelto a dormir. Es cómodo tener a Cristo durmiendo. Es cómodo incluso sólo despertar a Jesús cuando viene la tormenta, después que se vuelva a dormir. Dice san Agustín: Tu nave es tu corazón. Jesús estaba en la nave: la fe habita en tu corazón. Si traes a la memoria tu fe, no vacilará tu corazón; pero si olvidas la fe, Cristo duerme y el naufragio está a las puertas. Por tanto, haz lo que falte, para que si se encuentra dormido, despierte.
Hay tres tipos de personas que han leído estas letras. Las que ya pasaron una tormenta, las que están en medio de una tormenta o las que van a entrar a una tormenta. Si saliste de la tormenta, por favor no te canse de contar tu testimonio, en estos tiempos hace falta que nos recuerde que sí se puede. Si estás en una tormenta, no olvides que vamos hacia otra orilla, no dejes entrar el agua y llénate de “aire. Y si no has enfrentado una tormenta todavía, despierta a Jesús desde ya y no le quites la mirada, como aquel pobre hombre no le quitó la mirada a la aguja. Vamos a la otra orilla.
Ánimo. P. Toto
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